Es una tradición que nos llega de los celtas. Hace más de 3000 años ellos ya prendían dos hogueras a lo largo del año. Una en abril al comienzo de la primavera (ahora equivaldría a San Juan) que significaba el final del frío y el principio de las cosechas y otra a primeros de noviembre (que ha desaparecido) y era el comienzo de un nuevo año y el inicio del invierno. Los dos solsticios.

En las dos el ritual era el mismo, prendían una gran hoguera en el centro del castro. Si era en la capital la encendía el propio rey y cada vecino se llevaba una rama prendida a su casa. En la de noviembre significaba llevar el calor y la luz para el invierno.

El tiempo que duraba la hoguera de primavera era la única época del año en la que los muertos se podían poner en contacto con los vivos. No parece que les hiciera mucha gracia a los vivos, ya que colgaban huesos y calaveras en la puerta de las casas para que los muertos pasasen de largo y no se les ocurriera entrar a apoderarse del cuerpo de un vivo para resucitar.

En los países del norte de Europa la celebración de la noche de Walpurgis también tiene relación con la muerte.

El rito de las hogueras, ya entre los celtas, fue cambiando con los años. A un druida, más teatrero e innovador que los otros, se le ocurrió que si los animales pasaban por encima de las llamas se librarían de enfermedades y pestes durante todo el año, así que empezaron a hacerlos saltar en la de noviembre. De ahí a que fueran las personas las que saltasen, era un paso (aunque ese paso se diese cientos de años después).

Cuando se superó la idea de las curaciones se pensó que era una buena manera de deshacerse de los trastos quemándolos en la calle. Se deshacían de ellos evitando ir a por ramas, se montaba una fiesta y se seguía la tradición.

La siguiente costumbre de la fiesta de San Juan es mojarse los pies en el mar durante siete olas. No sé con seguridad de donde procede, pero pienso que puede estar relacionada con la conquista de Irlanda por los celtas españoles. El “protocolo” indicaba que los barcos antes de atacar debían retirarse “siete olas».

 

MaríA ANTONIA MANTECÓN