En contra de la imagen que nos han vendido en las películas americanas el cortar la cabellera al enemigo caído no lo inventaron los indios.

 

En el siglo V a.c. los escitas ya lo hacían y se las colocaban como adorno en sus propias cabezas.

Fue William Kieff, gobernador holandés el que empezó a pagar por las cabelleras de los indios hostiles que les entregaban. Era en 1630. La idea se propagó rápidamente entre franceses, ingleses e indios, aunque fueron los franceses los que comenzaron a exigir la presentación de cabelleras de indios para poder cobrar la recompensa.

Es fácil de entender si se piensa que es fácil de quitar, de transportar porque pesa poco y además servía de adorno. Entre los indios lo normal era llevar como trofeo la cabeza (entre los Cheyenne eran los testículos)

En 1755 en Massachusetts hubo una proclama que decía: “por cada cabellera de indio macho traído…de cuarenta libras. Por cada cabellera de mujer india o joven macho de menos de doce años que se matase…veinte libras…” En Pensilvania se pagaba ciento treinta por un indio y cincuenta por una india.

En Chihuahua se pretendía exterminar a los apaches y pagaban cien pesos por hombre, 50 por mujer y 14 por niño. Casi consiguieron su exterminio (Porfirio Díaz se jactaba de ello) y los pocos sobrevivientes huyeron a EE.UU., entre ellos Gerónimo.

Los soldados de Caballería masacraron al pueblo Cheyenne-Arapahoe pretestando que les habían robado ganado. Eran 160 y mutilaron a todos.

Esto no hubiera pasado si los gobiernos locales y estatales europeos no hubieran apoyado y recompensado esta terrible práctica.

 

María Antonia Mantecón